se armó una noche un encuentro.
De aquellos que ya no hay.
De aquellos que ya no hay.
Dos obras de arte forjadas
en acero, fuego y mazo
se dieron cita imprevista bajo la luz de un farol;
en una esquina cercana al frigorífico mayor.
Cuando eran casi las diez y Yuquerí descansaba
fue, para la obra de Leo, el escenario perfecto
una obra de arte fría,
punzante,
cuasi asesina,
un cuerno de ciervo muerto en la palma de sus manos
y la violencia estudiosa del instante más cercano.
La danza oscura de filos y los destellos de luces
ventanas que se entreabrían y polvareda en la calle
dieron comienzo a la danza
de los filos y el coraje.
Las almas se sostenían con audacia y valentía
meciendo a través del viento con los puños apretados
el zumbido del acero que amenazaba el encuentro.
fue, para la obra de Leo, el escenario perfecto
una obra de arte fría,
punzante,
cuasi asesina,
un cuerno de ciervo muerto en la palma de sus manos
y la violencia estudiosa del instante más cercano.
La danza oscura de filos y los destellos de luces
ventanas que se entreabrían y polvareda en la calle
dieron comienzo a la danza
de los filos y el coraje.
Las almas se sostenían con audacia y valentía
meciendo a través del viento con los puños apretados
el zumbido del acero que amenazaba el encuentro.
El escalofrío,
la chispa,
el chasquido de la muerte
y dos forjadas obras de arte
sostenidas frente a frente.
Hubo una muerte esa noche, en el pueblo de los Pais,
la artesanía admirable que empuñada en una palma
veloz,
certera,
asesina,
sin miedo a perder la vida y humedecida de muerte
dejó tendido en la tierra el cuerpo del contendiente.
Antes de retirarse y ante el público presente
se arrodilló ante el vencido
para tomar sin cautela de su abierta y tibia mano
el trofeo de la reyerta que había finalizado,
una obra de arte ajena que sobrevive a sus amos.