La grasa invade la plaza
y las brasas
sobre las baldosas nuevas
queman el suelo de la patria.
Si lloviese
no habría comida gratis.
La invasión naranja se despliega
desde antes que el sol despierte.
La ciudad vuelve
a ser circo de bizarros,
y en el cielo el sol
deshidrata la razón,
mientras todos bailan
al ritmo del festival gratuito,
de la comida por asistencia
y del alcohol,
bajo un asesino sol
que nunca los inmutó.
Todo comienza a suceder
sin que nada suceda
después de la sucesión.
En el cielo sigue brillando el sol.
Ya nadie busca su cena
las heladeras esperan,
la gente festeja
en la gratuidad del show
y nada ha cambiado.
Mañana
volverán a invocar el nombre de algún muerto
para que los salve del fracaso.
Cuando la culpa siempre es del otro
la culpa es de todos.
Cuando uno ve las mismas películas
en incontables ocasiones
y pretende cambiar sus finales,
pierde el valioso tiempo
de descubrir un estreno que marque la historia.
El cielo brilla manso.
La grasa invade la plaza
y las brazas
arruinaron el suelo,
quemaron la siembra.
Las invasiones naranja comenzarán
a formar parte del paisaje.
Cómo una atracción autóctona,
una aventura diaria
para quienes nada tienen que perder.
La ciudad vuelve
a ser circo de bizarros,
y en el cielo el sol
sigue brillando absorto.
Nada ha sucedido.
El tiempo se ha detenido
en una imagen,
en una pausa,
en un estado crítico
que no avizora mejoría en plazo alguno.
Seguirán cortando la cinta de moebius
reproduciéndola,
transitándola,
sufriéndola
o beneficiándose de ella,
hasta refutar la teoría.
