Estimadísimo Juan Carlos,
Hoy, en la profunda tristeza de saber que se va un grande quiero, en primerísimo lugar, brindarle mi más fuerte aplauso de pie, en homenaje a su obra, que no es ni más ni menos que usted mismo, Juan Carlos Copes. El bailarín y el hombre, que supo a fuerza de intentos infinitos, y esmeros interminables, hacer de sí mismo una obra legendaria, para aquellos que conocieron lo fantástico de su universo.
Un maestro, un ser humano especial, un filósofo particular que supo tener la delicadeza de sentarse al lado de un pibe, y mostrarle lo crudo, voraz e injusto de la realidad; así como lo infinito de la creación, lo magnífico de la sencillez, lo extraordinario de creer, vivir y respirar en modo arte.
Siempre renegué de decir las cosas a destiempo, sin embargo, parece que es una característica esencial de mi persona. Me quedé con una catarata de recuerdos que quería agradecerle, momentos, que tal vez solo momento fueron para usted, pero fundaron increíbles universos en una capacidad de asombro que esperaba comprensión y paradigmas.
Estaba preparando mis palabras, para un día no lejano, mi estimadísimo Juan Carlos, poder ofrendarle mi inconmensurable agradecimiento por su aporte esencial a un mundo nuevo, donde la realidad supo rendirse ante la belleza, aún sabiendo ser su madre y creadora. Realidad que, sin más remedio, se somete a la extraordinaria belleza de la danza y de la música, del canto y la poesía, de las historias y las fantasías; pero detrás de todas esas perfecciones se encuentran las miserias y desdichas, nuestras realidades cotidianas, nosotros y los otros.
Será por eso uno de mis honores más grandes, quedarme esa colección de noches, donde pudimos ser nosotros, en una mesa trasnochada que intercambiaba historias magníficas con aires nuevos, y capacidades infinitas de imaginación y asombro, casi sin contaminar. Descubrí con usted la imperiosa necesidad de superar los límites, hacer lo imposible, refutar lo establecido, perseguir la perfección y ser, no el aclamado ni el más reconocido, sino el mejor; el que consigue dejar con la boca abierta al resto, el que consigue detener los corazones un instante, el que genera un recuerdo que se grabará en la memoria de alguien, o de todos. Porque justamente hoy es ineludible acordarse que esas bocas abiertas, esos corazones detenidos, esos recuerdos generados, son los que otorgaron ya su verdadero pase a la inmortalidad.
Hoy Juan Carlos todo es prescindible. Personalmente me preparo para aplaudir a rabiar su mejor coreografía, con el asombro y la imaginación intactas para, con mis ojos cerrados, sentir la ejecución de ese magnífico tango, ya no con sus pies, sino con su alma, que despliega sus alas sobre todas las pistas y escenarios, sombríos esta noche, que no volverán a sentir la entrañable caricia de sus suelas.
Vuelvo a agradecerle, todos los recuerdos que ha dejado en mi memoria, las palabras recibidas, las imágenes reales y las creadas por las utopías, vuelvo agradecerle haberme permitido sentarme a su lado y compartir delirios, secretos y silencios; de haber sido parte, aunque sea de un instante, de esa interminable obra de su vida real.
Con profunda admiración le dedico un aplauso infinito y le acerco mi más fuerte abrazo, ese abrazo que estaba preparando para un día de estos, que ahora se hace eterno.