como quien baja hacia un cielo en el infierno,
con los sentidos encendidos,
en un fuego cálido
sensual y danzarín.
Bajaba a descubrir
lo más hermoso de ese mundo oculto
en la ciudad de las luces y los ruidos.
La magia de ese inframundo
crecía a cada paso
cuando peldaño a peldaño
un sonido sin igual
enajenó su corazón,
de golpe,
sin más,
sin chances de volver;
y se elevó en el aire
antes de poner un pie
en esa milonga interminable
de la vida del beso en los oídos,
de la conquistadora voz sensual
de un bandoneón, que atravesó su suerte
para no volver a ser
lo mismo.
La viruta que las suelas cargaron a su casa
no eran pasos ni delirios,
eran utopías de esos mundos ciertos
que nos pueden llenar la vida eternamente
mientras transitamos los lugares comunes
que el resto cree realidad.
Cuerpo, alma y universo
fueron arrojados
al amanecer de un sol envenado
que quemaba
poco a poco
los recuerdos de ese instante extraordinario
que nos salvó la vida.
En la ciudad de las luces y los ruidos
hay puertas
que nos llevan a universos desconocidos
donde pocos podemos transitar
y sentirse vivos de verdad.