Bienvenidos

Bienvenidos:
Hola a todos.
Hola noche, luna, concurrentes…
Hola a todos.
En silencio
actúen como si yo
no estuviera aquí.

miércoles, 7 de abril de 2021

La voz del epitafio (Cuento)

La noche acompañó al sol en su descanso y me dejó ciego. Con gubia de diamantes, firme, cabal, dibujaba mi última frase como una obra de arte. El último sueño, ese que no podemos contar, ese que guardaremos con nosotros para siempre, ese último sueño es el que nos deja sin aire, y así, con la fe de los que creemos, convencidos de que las utopías tienen un destino de realidad, fue como nos fuimos quedando en este mundo sin soñadores.

«Aquí es donde se descansa». En esta tierra se descansa. Se descansa mientras todo se destruye, de a poco, mientras la luna, sin darnos cuenta, deja de aparecer. El mar se queda sin olas, la sal cae a lo profundo, la gente común espera que algo suceda, el frío y los anhelos frenan de golpe junto al mundo en plena bajamar y, encallado en la orilla, el pescador del bote gris alza el bagre más grande de la historia. 

Hacía tiempo, un bagre había devorado a su esposa, dando muerte a su último sueño; pero esa vez la revancha se comió caliente y con papas, que el pimentón enrojecía, unas papas tímidas, algo maquilladas y con poco condimento.

Escuché barbaridades, estupideces y frases sin sentido, expresadas como doctrinas magníficas e irrefutables; y de pronto me callé la boca, antes de romper el espejo de una trompada.

«Cuando viví, lo hice todo», pensé durante mi último sueño, y abrí mis ojos queriendo soñar cuando ya me quedaba sin aire; como el bagre del pescador. Podría haber conseguido el más caro de los mármoles, el más fino de los diseños y el mejor de los grabadores, pero correspondía que mis propias manos grabaran, en la más inhumana de las piedras, el secreto del sueño que me cambió la vida. «Me fui sin dejar nada», decía la piedra de diamante. Sería esa piedra lo más parecido a la eternidad que creía buscar cuando aún vivía. 

Ayer di cuenta de lo equivocado que estuve hasta el final de mi vida. Ayer, en plena lluvia, cuando de las alcantarillas brotaba el agua podrida de los inframundos, cuando las nubes ácidas se volvían oscuras y los truenos fatales martillaban la tierra. Ayer nomás, cuando creía que por fin había visto todo, que lo hecho había sido en vano y que en vano había sido hecho este infame engendro que descansaba en la paz de la nada… ayer, en plena tormenta, se acercó mi pequeña a la maciza roca diamantada, para dejar un recuerdo bajo mi último delirio.

«Aquí es donde se descansa.
Cuando viví, lo hice todo,
y me fui sin dejar nada».


domingo, 4 de abril de 2021

Volver (Cuento)

Había regresado al teatro, después de un tiempo ocupado en sinsentidos de la rutinaria cotidianidad. El destino me metió «de prepo» en los encuentros entre Borges y Piazzolla, donde el arte sensual en su máxima expresión me había transportado a otros tiempos en los que consumía, con más frecuencia, la vida cotidiana en otros colores, y no en la escala de grises que solía verla en ese entonces.

Había sido una noche magnífica conmigo mismo.  La poesía y la música con sus humanidades presentes, y esa danza sublime, que personificaba las palabras no dichas, detrás de las obviedades de lo común, encarnaron los placeres y utopías de una entusiasta juventud que, poco a poco, comenzaba a concebirse recuerdo. Una de esas noches donde uno se transporta a otro universo, donde el tiempo no marca edades, ni límites. Salí a la calle, tras ese extraordinario ingenio prestidigitador que había presenciado, y la ciudad ya resultaba distinta. El aroma del aire había cambiado, los brillos de la noche en la avenida somnolienta invitaban a deambular, en busca de esos sentidos que nadie nos enseña en las escuelas. Yo tampoco era el mismo que había ingresado hacía un par de horas. Había retornado a mi elemento que tanto había desatendido desde tiempo atrás. La gente caminaba libre y sin tapujos, con sus rostros cubiertos por máscaras infinitamente diversas y de notorias representaciones.

Un reconocido rostro del drama se separó de su pareja, enmascarada de comedia, y se acercó a saludarme.

— ¡¡Como está don Fermar?!— dijo sorprendido, estirándome la mano en un saludo. — ¡Qué bueno verlo de regreso! En un rato hay recitales en el sótano del éter, donde íbamos siempre. Imagino que nos vemos ahí en un rato. ¡¿No?!— sentenció apuntándome con el índice como una suerte de condena.

Hacía rato que no me llamaban por mi seudónimo. Y sinceramente no estaba en mis planes pasar por aquél viejo sótano devoto, pero también era cierto que ya no tenía planes. Lo reconocí verdaderamente, cuando me nombró el sótano, y me salió sonreír con algo de nostalgia.

—Es cierto, anduve perdido un tiempo, pero estoy de vuelta. No sabía que el éter continuaba recibiendo gente, pero ahora que lo dice, es probable que más tarde me dé una vuelta. Hace mucho que no voy. —

—Excelente noticia! Nos vemos ahí. Hoy hay cena, así que, no se venga muy tarde que después no queda nada. — dijo, supongo yo, con una sonrisa cómplice detrás de ese drama que lo presentaba.

El éter era un sótano mágico, donde nos encontrábamos todos una vez a la semana. Durante el invierno, se hacía alguna especie de guiso caliente, que «bandejeaban» sin costo entre todos los poetas que asistían. El pago del guiso se hacía, en realidad, con la pequeña plusvalía sobre las bebidas, que garantizaban «el banquete» de la próxima reunión. 

Tras la cena de cortesía, nos anotábamos en una lista para pasar al pequeño escenario donde se recitaba. Después de unos minutos el silencio lo inundaba todo, y despegábamos a un viaje interminable que solo el amanecer se atrevía a interrumpir, entre los tragaluces que comunicaban al éter con el mundo externo. Había sido un tiempo maravilloso el vivido ahí, donde además asomaban portales a universos afines, por donde íbamos rotando y conociendo modernos ejemplares de nuestra especie, en peligro de extinción.

Caminé toda la noche, y visité distintos éteres que solía frecuentar en otros tiempos.

En uno de los recorridos encontré a Clarita, un alma joven y delicada, atrapada entre dos mundos, los cuales no alcanzaba a comprender del todo, pero por los que sentía una profunda admiración sin necesidad de fundamentos. Me sorprendió con un grito de alegría y un abrazo interminable, mientras me resumía al oído lo feliz que la hacía volver a verme después de tanto tiempo. Tomamos unos tragos juntos y me excusé para retirarme, invocando un poco creíble dolor de cabeza. No era que no estuviera feliz de encontrarla, sino que esa noche me encontraba inmerso en una búsqueda poco clara.

Continué recorriendo subsuelos y esquinas fantasma, y regresé desbordado de pensamientos y nostalgias, triste por lo que ya no poseía y por la ausencia de sentido en algunas realidades, que se volvían irrefutables, y carecían de dignidad necesaria para ser vividas.

Llegué antes del amanecer. Incluso mi propia casa parecía no ser la misma esa noche. Un aire perfumado me recibía con una caricia en mi pequeño departamento y el cuerpo se me caía a pedazos. Me quité la camisa y los zapatos en el comedor, apenas ingresé a casa, y cuando encendí la luz de mi habitación la encontré recostada en mi cama. Vestida con media sonrisa expectante y cubierta con un pánico sensual, me observaba reaccionar. 

—¡Clarita! — exclamé asombrado sin entender como esa joven belleza, que hacía poco más de dos horas se acodaba a una barra conmigo, había llegado a mi cama mientras yo no estaba en casa.

— Te noté triste y quise venir a acompañarte. — se justificó con voz aniñada y sensual. — ¿Estuve mal? —

Recordé, que ella conocía la llave dentro de la lámpara, sobre la puerta de ingreso. Pero mi rostro, además de agotado, reflejaba todavía la sorpresa de su presencia, justo cuando pensaba zambullirme en la cama como si un portal mágico me estuviera esperando entre las sábanas revueltas. Me acerqué pensando en explicarle que no era que hubiera estado mal, ni que me molestara su actitud, pero nunca dejó que saliera una palabra de mi boca.

Apenas dormí una hora aquella mañana, pero descansé como nunca. Desperté con el perfume de clarita impregnado en la almohada, en mi cuerpo, en el aire.  La casa toda olía a ella. Comprendí al despertar que Clarita había crecido. Ella tampoco era la misma. Me levanté de la cama para acompañarla y compartir el desayuno con ella. Pero ya no estaba. Había dejado una nota sobre la mesa del comedor.

«Sé lo difícil y triste de los finales, querido Fernando, pero no dejemos nunca de lado nuestra esencia. Tenía mucha curiosidad de reconocerte al despertar, pero temí también que descubrieras quien soy yo, después de tanto tiempo. Ya no me acompaña la joven Clarita que disfrutaba el desayuno con tostadas en la cama, y que buscaba quien la mire a los ojos al hablar. El mundo que me ha cobijado no deja de ser ni blanco ni negro; Pero como alguna vez te escuché decir, «me permite tomar lo que quiero, sin necesidad de dañar a nadie»; porque descubrí que el mundo es mío y esta vida es breve.

Clara.»

Esa mañana me odié, y más aún odié sentirme en la necesidad de confesarme esa misma noche, en una tácita cita, en algún éter, masticando whiskies, y escuchando esos tangos insólitos y esas poesías volátiles, que a Clarita tanto apasionaban, y esas sensuales piernas femeninas, que con su cadencia acompañaban el viejo fuego de estar vivo. Supongo que más tarde, tal vez, si el destino y Clara lo permiten, y el tiempo me hiciera un guiño, podré volver a encontrarme con Fermar, para decidir cómo seguimos.