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miércoles, 8 de junio de 2022

La marca de la despedida (Cuento)

Oligarca, le habían escrito. 

A Mabel la pandemia le había complicado la vida de una manera salvaje y brutal. En un primer momento, Darío no podía trabajar en la imprenta porque habían reducido el personal a 1/3 de su totalidad, debido a la necesidad de un cierre temporal. Trabajaba en la seguridad de la empresa, revisando los bolsones del personal al ingresar y salir de cada turno de trabajo, pero entonces comenzó a trabajar un solo turno y la cantidad de trabajo era cada vez menos. 

Se suponía que serían 15 días, después un mes, lo extendieron 15 días más durante 3 meses y la imprenta, cerrada, no soportó más la situación. Los de menor antigüedad fueron cesanteados al cuarto mes. Nadie imaginaba entonces que esos 15 días de aislamiento se convertirían en más de 550 ininterrumpidos. La empresa cerró definitivamente a los 14 meses de aislamiento. 14 meses sin poder trabajar y teniendo que mantener unas 20 familias. 

Mabel la pasó muy mal durante la pandemia. Darío se quedaba en casa todo el día y los cuatro chicos, sin clases, tenían prohibido salir de los 35 m2 de la casilla. Mabel tenía un plan del Gobierno, como todas las madres del barrio, pero también tenía 6 casas en las que limpiaba una vez por semana, y dos o 3 más en las que, con suerte, la llamaban cada 15 días. A veces llegaba agotada, a las 21, con apenas tiempo de cocinar para los 6 y limpiar un poco. El día, para ella siempre arrancó antes de las 7. A las 8 los chicos al colegio, Darío a la imprenta y ella a tomar los distintos colectivos según la casa que le tocara atender en ese día. Los fines de semana le daban el tiempo necesario para lavar la ropa de los chicos, la de Darío para el trabajo y dejar la casa lo mejor posible para empezar la semana. De sus cosas se ocupa todos los días un poco, cuando le alcanza el tiempo. 

Oligarca, le habían escrito. A Mabel, que se levantaba cada mañana a las 6:30 h y con suerte se acostaba antes de la 1:00 del día siguiente. La pandemia la fue golpeando día a día. Desde lo físico como lo moral, desde lo psicológico… la pandemia y el aislamiento la castigaron demasiado a Mabel. Con un poco de suerte, ella y Darío iban a comprar una casita, toda de material, a 7 cuadras de donde vivían. Casi afuera del barrio, a media cuadra de la avenida asfaltada que separaba los municipios. Por ahí pasaba el colectivo. La casa ya la tenían apalabrada con Darío, les faltaba un “pucho” que iban a conseguir en los meses siguientes con trabajo y algunas privaciones, como venían haciendo hace años, para poder ahorrar el “canuto” que venían engordando mes a mes. Al fin iban a tener dos habitaciones, una para los chicos y una para poder descansar merecidamente tranquilos ellos solos. El comedor y la cocina completaban los 75 m2 de casa, y un patio pequeño les daría algo de privacidad y esparcimiento en el fondo, donde poder hacer de vez en cuando unas hamburguesas o una choriceda con familia, juntarse con algún pariente y que los chicos puedan compartir sábados con primos o amigos. También tenían un espacio guardacoches, que con el tiempo seguramente cerrarían para hacer una tercera habitación. 

Oligarca, habían escrito. ¡somos Patria! 

Mabel y Darío habían reacondicionado la casilla, y la dejaron en las mejores condiciones. También ellos tenían su casa apalabrada. Habían quedado con un vecino que se las compraba ni bien firmaran lo de la avenida. A la casa ya le habían hecho “el fino” y le habían dado algunas manos de Blanco. Estaba como nueva. 

Todo venía bien, las cosas se venían pudiendo cumplir según lo planeado hasta que la pandemia les complicó un poco los planes. El anuncio de los primeros 15 días de aislamiento obligatorio no los afectó, la primera extensión de 15 días más tampoco, pero las sucesivas extensiones de 15 a 20 días, 9 en total, de alguna manera le complicaron la vida a Mabel.  

¡Oligarca! ¡insensible! ¡Primero el otro! ¡Viva la igualdad! 

En esos momentos, con el aislamiento obligatorio, Mabel estaba condenada a disfrutar de su marido y sus hijos durante todo el día, todos los días. Ella no iba a tener que trabajar, su marido tampoco, y los chicos no debían asistir al tedioso colegio cada día. 

Todos los mediodías podían sentarse a la mesa para almorzar toda la familia Junta. Antes los chicos almorzaban en la escuela, Darío en el comedor de la imprenta, y ella siempre comía algo en las casas en que trabajaba, salvo los miércoles que terminaba a las 14 y la dueña no acostumbraba a darle algo de almuerzo antes de retirarse. La mitad de las comidas de la familia habían estado cubiertas entre los trabajos y la escuela, cosas que la pandemia fue convirtiendo en un recuerdo cada vez más lejano. 

Sin ingresos, Mabel bancó todo lo que pudo con su plan del Gobierno, que cubría casi el 10% del ingreso de la casa. con ese beneficio del Gobierno y un par de favores, que le consiguió el puntero del barrio con unas tarjetas que repartió el intendente, para comprar alimentos en comercios amigos. 

¡Oligarca! A Mabel, que los primeros 13 meses de aislamiento obligatorio mantuvo a su familia con el plan del Gobierno, y se fueron almorzando la casita de la avenida asfaltada hasta quedarse sin un solo peso partido al medio y mendigando ayuda al puntero del barrio, que no dejaba de explicarle que “la cosa estaba difícil para todos” y que “encima, sin marchas por el aislamiento social obligatorio para el bien general, para poder cuidar al otro, al compañero, al compatriota… sin marchas, tenía muy pocas herramientas para generar ingresos a las familias del barrio” . Además, había” prioridades para quienes siempre participaban activamente con la causa”, y no se la había visto colaborando mucho a ella, o alguien de la familia. 

Darío, saliendo de casa para cartonear y golpear puertas ofreciéndose para lo que sea, algunos trabajitos menores conseguía. Hasta que después de 13 meses de pandemia se “la pegó”. Fueron 6 días terribles. Al segundo día lo internaron; y a ella y los chicos los confinaron a su casa sin poder salir por 15 días. Los vecinos, algunos bastante insensibles y poco amigables, se encargaban de controlar que los infectados, o sus contactos estrechos, lograran el estricto cumplimiento de la cuarentena. 

Por el bien general, ni Mabel ni los chicos pudieron despedirse de Darío. Con el plan y una tarjeta de compra de alimentos, que generosamente le gestionó el puntero cuando Darío fue víctima de la pandemia, lograron ella y los chicos llegar al mes 18 de aislamiento.  

La palabra por la venta de la casa había caído, igual que la casa de la avenida asfaltada, igual que los ahorros de estos últimos años, igual que la existencia de Darío, igual que la dignidad de Mabel; pero antes de las elecciones el antiguo interesado en la casilla volvió a hacerle una oferta por la propiedad, pero entonces por el 60% del valor que habían conversado la última vez. 

-La situación está difícil. - le dijo parado en la puerta de la casa, mientras acariciaba la cabeza del menor de los huerfanitos. Mabel no quiso saber nada. 

¡Somos patria! ¡Insensible! ¡Primero el otro! ¡Viva la igualdad! ¡Oligarca!, decía en la pared blanca del frente de la casa de Mabel, que con tanta dedicación, esmero y esperanza había terminado con Darío hacía poco más de un año. 

-votá bien, Mabel. -le había recomendado Gladys, su vecina, que también cobraba un plan, como ella. Gladys le había hablado al puntero para que le consiga la tarjeta de comida a Mabel cuando Darío se fue. Ella cobraba el mismo plan que Mabel, y tenía también la tarjeta de comida. En realidad, Gladys tenía varias tarjetas y cobraba por sus 7 hijos con algún extra que, por supuesto, siempre le conseguía el puntero. El marido de Gladys también cobraba un par de planes del Gobierno, y era muy amigo del puntero. Cuando Mabel y los chicos cumplieron los 15 días de encierro por el contagio de Darío, Gladys y su marido se acercaron a tomar unos mates a la casa, y le ofrecieron su total y absoluta colaboración desde ese mismo instante. 

-Quédate tranquila que somos un montón de compañeros y compañeras que estamos permanentemente trabajando para que la gente del barrio tenga todo lo necesario. Rodolfo, el puntero, es un tipo “macanudo” que siempre se preocupa por los demás y no hace diferencias con nadie. ¡con nadie!- le repitió con el dedito índice levantado. -Para él, la igualdad, la patria y la lealtad, son los valores más importantes, así que vos despreocupate que él y la agrupación se van a ocupar de darte todo lo que necesites. Además, Rodo habla todas las semanas con el intendente para pasarle todas las novedades del barrio, y el otro día hablaron de vos y un par de mujeres más que están en una situación similar. - le explicó el marido de Gladys. 

El domingo de las elecciones Gladys le cuidó a los chicos a Mabel mientras el marido la llevó a votar, junto a otros vecinos. En la puerta de su mesa de votación lo encontró a Rodolfo, el puntero del barrio, que se acercó a saludarla y comentarle que había hablado con el intendente y que estaba por salir una “ayuda especial extraordinaria” exclusivamente para ella; le dijo con lo que parecía ser una sonrisa detrás de su barbijo con la bandera argentina bordada. 

Por la tarde, cuando retiró los chicos de la casa de Gladys compartió unos mates y, con mucha pena y bronca al mismo tiempo, no pudo ocultar más su descontento con algunas cosas que venían sucediendo, y que este último año le terminaron de hacer sentir que le habían arrebatado 10 años de su vida. 10 años de esfuerzo y progresos. 

-Es que la pandemia nos mató- dijo Gladys. -imagínate si hubieran estado los otros oligarcas, antipatria, inescrupulosos de guante blanco. ¿cómo hubiéramos terminado? Ahora el estado nos provee de todo lo necesario que nos haga falta. Todo lo necesario que te haga falta lo vas a tener siempre porque es tu derecho, el derecho de todas ¿lo entendés? Con los otros asesinos estafadores hubiéramos tenido que salir a trabajar para poder darle de comer a nuestros chicos. – sentenció firmemente, como tantas otras personas del barrio que suelen repetir un puñado de frases similares simulando que se les ocurren de pronto. 

El lunes por la mañana, la casa de Mabel parecía una pizarra gigante en medio del barrio, con pintadas de todo tipo, e insultos. En la semana Mabel tuvo que vender la casa por el 40% de su valor y se mudó al barrio de su madre, con la intención y la esperanza de poder empezar de nuevo. Antes de irse, apenas unos días después de la elección en la que perdió el intendente, se levantaron todas las medidas de pandemia en el país entero, y tuvo un fuerte enfrentamiento con Gladys, a quién quedó condenada a recordar por el resto de los días, cada vez que observe su cara en el espejo, con la marca de la despedida. 

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