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domingo, 13 de junio de 2021

La reunión de padres (Cuento)

Esa mañana, Mario, no tenía ni la más mínima gana de presentarse en la escuela de Danielita. Se duchó rápido y perdió media hora frente al espejo, mirando y enjuagando su cara una y otra vez, como si el agua, y el mero hecho del transcurso del tiempo, pudieran mejorar su imagen. No había podido dormir en toda la noche. Sus ojos, enrojecidos e hinchados, lo condenaban de cualquier manera. Resignado, volvió a la habitación para vestirse y tomar valor para enfrentar esa reunión de padres. Reunión de padres organizada a pedido de algunas madres, pero que nada tenía que ver con temas que conciernan a la escuela, y menos aún a la totalidad de las familias de 3° grado.

Miró la cama semirevuelta y no pudo evitar pensar en la ausencia de Malena. Ya había pasado una semana sin noticias de ella y Danielita. Llamó varias veces a casa de su suegra para poder comunicarse con alguna de las dos, pero recibió siempre las mismas respuestas, «No es el momento», «Después de lo que pasó necesitan recuperarse», «Cómo podés pretender que te extrañen después de lo que les hiciste. ¡Sobre todo a la criatura, una nena de 8 añitos!»

Moría de ganas de comunicarse con Andrés. Sabía que seguramente se encontraba en una situación parecida a la suya, Silvina también se había ido de casa con su hija, pero él no lo permitió. Fue él quien dejó la casa mientras intenta recuperar a su familia. Recién volvería a ver a Silvina en la reunión de padres, pero ambos tenían la intención de conversar más tarde en un café, para ver como siguen, después de todo lo sucedido.

Le hubiera gustado tener la misma posibilidad con Malena. Pero está convencido que hizo todo mal, y la actitud de ella es mucho más drástica que la de Silvina. Tal vez Andrés no llevara a cuestas los mismos sentimientos de culpa que él, y eso lo haga sentir más íntegro o mejor posicionado.

Salió de la casa con la sensación de que ya no pertenecía a ese lugar. Ni a la casa, ni a la familia que la habitaba hasta hace apenas una semana, ni al barrio… De alguna manera, de la noche a la mañana, parecía haber dejado de ser Mario Marcarián y haberse convertido en una figura pública, del lado bizarro e hipócrita de la ciudad.

Estacionó el auto a poco más de cincuenta metros de la puerta del colegio. Faltaba un cuarto de hora para que comience la reunión de padres, y él no pensaba bajar del auto hasta que estén todos adentro y la reunión haya comenzado. Tendría que pasar ante la vista de todos, soportar al menos sus miradas y, si todos se comportaban respetuosamente, podrían comprender que más allá de los errores que se le pudieran adjudicar, en ningún momento fue intención que las niñas, su hija y la de Andrés y Silvina, tuvieran que ser testigos de cualquier acto impropio que ellos, como adultos, hubieran podido cometer.

Ni Andrés, ni él, previeron que las niñas regresaran a casa antes del final del partido. Se suponía que la niñera las traería más tarde. Tampoco se le ocurrió a la niñera que ellos, por más festejos efusivos que pudieran llevar a cabo, tuvieran la costumbre de mirar los partidos sin ropa. Pero más allá de lo que las niñas pudieran haber visto, lo cual hubiera sido realmente nada en comparación con las barbaridades que tuvieron que escuchar después, no había ninguna necesidad de acusarlos de abusadores o degenerados, como se estaba hablando, ni de organizar esta reunión para estigmatizarlos como personas peligrosas para sus hijos, ni para la comunidad.

Mario sabe, en lo profundo de su ser, que cometió un error que no debió permitirse, pero fue un error que no tenía intenciones de lastimar a nadie. Si en lugar de Andrés hubiera sido Silvina, a quien hubieran encontrado en el sillón con él, no hubieran sido entonces tan exagerados. Tal vez hasta hubieran sido, en algunos casos, todo lo contrario. Algunos lo hubieran festejado, por lo bajo por supuesto, y otros los hubieran señalado con el dedo. Pero de ninguna manera hubieran expuesto de semejante forma lo sucedido, ni ante los chicos ni ante nadie. Bien se sabe, en las puertas del colegio, de un par de madres que resultan por demás cariñosas y amigables con algunos padres, y en ninguno de los casos, necesariamente, se trata de personas separadas. Es verdad que nadie los encontró en circunstancias comprometedoras, pero esas mismas personas, hipócritas e inescrupulosas, son las que con mayor énfasis levantan la voz en este momento, sin importar lo que las hijas de las familias puedan sufrir. 

Desde el auto, observó como abrían las puertas del salón del colegio y hacían ingresar a los padres. Entre todos ellos estaba Andrés, llorando desconsoladamente, compungido, bien arreglado y bien vestido, hasta podía imaginarlo perfumado como siempre, pero desarticulado y tembloroso, casi convulsionando, sostenido por su mujer y alguna otra madre amiga. Algunas madres y padres que ingresaban tras él se sonreían de la situación, o se mordían los labios resignados al show que estaban asistiendo. La reunión de padres comenzaría de inmediato.

Todavía no era el momento de bajar del auto. Mario pensaba en Daniela. Pensaba también en Malena, que seguramente había ingresado más temprano, para no participar del espectáculo más de la cuenta. No podía no pensar en Malena porque realmente la amaba, y aunque nadie pudiera entenderlo sufría horrores por el imperdonable error que había cometido. Pero por sobre todas las cosas pensaba en Daniela. ¿Cómo iba a hacer para explicarle lo sucedido, cómo poder explicarle una situación que, a sabiendas de estar equivocado en las formas, había sido producto de un amor, al menos por su parte, que no iba a terminar de concretarse nunca, pero que él creía que merecía, al menos, un tiempo de dedicación? ¿Como explicarle que no era algo de todos los días, ni que su padre no era ningún monstruo? Sí, podía hacerse cargo de haber fallado como esposo con su madre, pero nada hubiera cambiado el amor que le tenía. ¿Cómo explicarle que jamás hubiera hecho lo que hizo, si hubiera pensado unos segundos en que ponía en riesgo a Malena y a ella? Tarde se dio cuenta del error y lo sabe. Por eso no va a bajar del auto. Mario no va a exponerse a ese barrial donde lo quieren llevar. ¿Para qué? ¿Con que sentido? Si alguien tiene que escuchar sus explicaciones y escuchar sus disculpas son Malena y Danielita. Malena hoy no quiere escuchar nada, ya lo demostró, y nada puede reprocharle. Pero Danielita debe estar sufriendo la situación. Mario no sabe cuánto entiende, y cuanto no, de lo que está sucediendo, pero ella seguro que lo extraña, y él está seguro de que cuando lo entienda también sabría perdonarlo. Pero no puede Mario permitir que todo esto siga creciendo y que su hija lo siga incorporando en ella como una mochila, como una marca en la frente, como un tatuaje eterno que cada día crece un poco más.

Ya está. Mario está decidido a que esto llegue hasta acá y no más. Sabe que la única forma de que una cacería fracase, es que la presa no exista. No hay forma de que pueda hoy explicarle a nadie su verdad. Hasta Andrés le ha soltado la mano para dejar de ser juzgado y convertirse en víctima de la situación. Tal vez, hasta sea él mismo quien se ponga el primer traje de cazador y quiera levantar la cabeza de su presa. Sabe que va a lastimar a Danielita por un tiempo, pero piensa que la va a lastimar mucho menos de lo que tendría que sufrir si pretende enfrentar la hipocresía de esas bestias hambrientas que esperan agazapadas para desollarlo, según ellos, de forma ejemplificadora.

Calcula que, mientras la reunión se lleve a cabo en el colegio, tiene el tiempo suficiente de pasar por la casa y darle un final a toda la situación. Pone en marcha el auto y se dirige a su casa. Al pasar por el frente del colegio intenta, sin éxito, encontrar algo que pueda cambiar su decisión. Las opciones que baraja mientras maneja no son demasiadas. Puede preparar el revólver de su padre que guarda de recuerdo o preparar un bolso con lo necesario para desaparecer. Cualquiera de ambos finales serviría para liberar a Malena y Danielita del karma de su existencia. La más drástica es demasiado egoísta y sin marcha atrás, pero está seguro que no tiene la valentía suficiente para hacerlo. En cambio, la segunda, la huida propiamente dicha, le propone un abanico de posibilidades que pueden darle el aire necesario para enfrentarse a lo que realmente necesita.

En el sur todavía vive Gastón, su gran amigo de la adolescencia, que maneja la hostería que sus padres pusieron en los años 90. Seguramente puede conseguir trabajo ahí y alejarse de todo, hasta que algún día Male vuelva a atenderle un llamado y pueda disculparse, y explicar lo que ella pretenda, o seguir desaparecido hasta tener el coraje necesario para sentarse frente a Daniela, cuando crezca, y pueda decidir si lo perdona. Si algún día encuentra ese coraje podría explicar lo sucedido y los porqué de esta huida, y esperar que lo perdone o se lo reproche eternamente. Pero, aunque sea tener la posibilidad de intentar, explicarle que cuando todos le dieron vuelta la cara, y él se quedaba solo, frente a ese tsunami hipócrita de valores inconmensurables, tuvo miedo por ella.

Si por caso nunca encuentra ese coraje, habrá sido bien tomada la decisión de huir y permitir a Danielita crecer sin karmas ni mochilas, y a Malena rehacer su vida, dejando atrás un episodio que, tal vez, pueda cicatrizar mejor con las ausencias. 

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